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Psicología de la guerra: cómo adiestrar a un soldado para matar

febrero 17, 2011

La guerra en el siglo XX trajo consigo unos cambios radicales en el armamento y en las tácticas de combate. Pero en ella el lugar que ocupaba el soldado también sufrió una gran transformación. Lograr de él un guerrero eficaz en este nuevo contexto pasó a convertirse en el objetivo de la cada vez más pujante ciencia de la psicología.

La incorporación de nuevas armas que permitían matar a grandes distancias convirtió los campos de batalla de las grandes guerras modernas en escenarios insólitamente desolados. El avance en formación con el que dirigir a los soldados forzándolos a combatir ya no era viable. La historiadora Joanna Bourke describe en su imprescindible ensayo “Sed de sangre” cómo los generales tuvieron entonces un nuevo enemigo al que hacer frente: la pasividad de las tropas para luchar.

Ante un campo de estudio tan inabarcable como la guerra en el siglo XX, Bourke limita su investigación a tres países (Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia) y a tres conflictos en los que estuvieron implicados, las dos guerras mundiales y la de Vietnam.

Senderos de gloria

En tiempo de guerra todo agujero es trinchera

Durante la Primera Guerra Mundial se estimaba que sólo un 10% de los soldados eran “valientes”. Fueron habituales los pactos tácitos de no agresión en diversos puntos del frente, como la conocida Tregua de Navidad de la que Paul McCartney hizo un pasteloso videoclip, así como la renuencia de los soldados a salir de sus trincheras para asaltar al enemigo, obligados a menudo por sus capitanes a punta de pistola.

Ya en la Segunda Guerra Mundial, un estudio emprendido por el coronel S.L.A. Marshall en los frentes europeo y Pacífico durante la II Guerra Mundial, reveló que apenas el 15% de los soldados americanos dispararon sus armas contra el enemigo, a pesar de que el 80% llegó a tenerlo a tiro en algún momento.

¿Cómo motivar a los soldados para matar?

Puesto que dichas guerras fueron protagonizadas por soldados reclutados forzosamente, el primer paso para cambiar la mentalidad de un civil y transformarlo en un soldado letal estuvo en atacar sus escrúpulos morales. Dado que tradicionalmente los principios éticos han estado anclados en creencias religiosas era primordial proveer de adecuadas justificaciones teológicas para matar al enemigo.

El recurso habitual consistía en considerar al soldado en concreto y al ejército del que formaba parte como un  instrumento de Dios para castigar a los pecadores. El “no matarás” podía sortearse interpretando que se refiere al asesinato y una muerte ocurrida en un campo de batalla no lo sería, al ser ordenada por una autoridad legítima y en beneficio de una comunidad.

Por otra parte, respecto al mandamiento cristiano de perdonar al enemigo “70 veces 7” se señaló que sólo valía si mediaba arrepentimiento y -si aún quedaba reticente algún soldado especialmente atribulado- todavía quedaba en la bolsa de trucos eclesiástica el argumento esgrimido por el Arzobispo de York durante la Segunda Guerra: dado que las almas son inmortales los soldados deben encargarse únicamente de acabar con los cuerpos de los enemigos, algo de poca relevancia moral. Así que basta de darle vueltas.

Enumerar estas razones era una de las labores de los capellanes militares. Una figura presente en los ejércitos de diversas épocas -hay constancia de ellos en la Inglaterra del siglo XIII- cuya función es dar legitimidad a la lucha con su papel de árbitros morales, absolver a los soldados de sus pecados y recordarles en todo momento que Dios está de su lado.

Del capellán al psicólogo

El problema es que un capellán tiene una autonomía y credibilidad semejante a la del defensor del lector de un periódico. Aunque hoy en día siguen existiendo, el progresivo laicismo de las sociedades occidentales a lo largo del siglo XX y el paralelo auge en el prestigio de la ciencia fueron reduciendo el papel de los capellanes en concreto y la religión en general para dar paso a una nueva autoridad moral: la de los psicólogos.

Estos nuevos expertos en el alma humana prometían no sólo reducir las bajas de soldados por “crisis nerviosas” sino investigar nuevas maneras de inculcarles un adecuado espíritu de lucha. Investidos de esta nueva autoridad, los psicólogos al servicio de los ejércitos estadounidense, británico y australiano se lanzaron con entusiasmo a elucubrar sobre la aptitud del soldado ideal con las herramientas teóricas de moda en la primera mitad del siglo: la psicología de masas y la jerga esotérica freudiana.

Animal

Mejor tú que yo

Así, unos sostenían que matar al enemigo era una forma simbólica dematar al padre. Otros, que era una sublimación de la homosexualidad o, en palabras de Charles Berg “una dramatización de tales fantasías inconscientes, un modo emocionalmente todopoderoso y orgiástico de relacionarse con hombres y no con mujeres”. Consideraron también que el mejor soldado era el psicópata y recomendaron reclutar prioritariamente a jóvenes que hubieran pasado por reformatorios y cárceles.

Creían además que la guerra era una regresión a instintos violentos reprimidos por la sociedad, por lo que se incentivó el entrenamiento con la bayoneta (pese a que durante la primera guerra esta arma sólo provocó el 0,5% de las muertes) y que requería movimientos automatizados. Por lo que aconsejaron un entrenamiento basado en la repetición acompasada de movimientos hasta que el soldado llegara a interiorizarlos de tal modo que pudiera repetirlos robóticamente por muchos disparos y explosiones que le rodeasen. Una doctrina que sigue vigente hoy día por cierto, y que es la base de los milimétricamente ajustados desfiles militares.

Para mitigar el miedo a una situación de combate se promovió un entrenamiento con fuego real, maniquíes a los que disparar e, incluso, en el caso del ejército británico durante la 2º Guerra, se llevó a algunos reclutas a mataderos para que se familiarizasen con la sangre y las vísceras y en sus cargas de bayoneta eran salpicados con sangre de oveja.

recluta patoso

someter a humillaciones a los reclutas

Otra idea que gozó de reconocimiento ( y que queda reflejada en “La chaqueta metálica”) era que someter a humillaciones a los reclutas durante el entrenamiento permitiría que acumulasen un odio que luego descargarían sobre el enemigo. En palabras del marine muerto en Vietnam Edward Marks “Las primeras dos semanas aquí te reducen a nada; te hacen sentir menos que una serpiente en un hoyo, y las siguientes 8-10 se dedican a reconstruirte, a la manera del cuerpo de marines”.

Cómo incitar a odiar al enemigo

Para lograr que los reclutas odiasen tan intensamente al enemigo como para desear matarlo, los tres ejércitos que analiza nuestra historiadora promovieron toda clase de pasquines y folletos en los que se mostraban fotografías de los crímenes que el enemigo estaba cometiendo contra las propias tropas. La sed de venganza haría el resto. Pero un recurso especialmente eficiente fue, en tales guerras y en la mayoría de conflictos humanos que en el mundo ha habido, el racismo. Un resorte extraordinariamente eficaz para favorecer la violencia, como se ha demostrado en infinidad de ocasiones y lugares

En la Segunda Guerra Mundial podía verse claramente en los dos frentes abiertos, el europeo y el pacífico. El 67% de los reclutas estadounidenses era partidario de que la raza japonesa fuese aniquilada por completo, frente al 29% que deseaba la misma suerte a los alemanes. Ya en la Guerra de Vietnam, el sargento Scott Camil de la 1º División de Marines explicaba “era como si no fuesen humanos (…) cuando disparaban a alguien no pensabas que estaban disparando contra un ser humano. Era un amarillo o un comunista, así que no había problema”.

body count

“tengo 157 caras amarillas cargados... y 50 búfalos también, todos con certificado”

Un recurso para deshumanizar al enemigo y evitar titubeos a la hora de apretar el gatillo fue el “body count”. El número de bajas contabilizado pasó en Vietnam a ser el principal indicador de habilidad militar y lograr ciertas cifras era recompensado con cerveza y permisos. Lo que llevó a menudo a que se exageraran las cifras.

Cómo se justifica el soldado ante sí mismo

Pero tras tanta propaganda, entrenamiento y adoctrinamiento en las reglas de enfrentamiento, queda aún el punto de vista subjetivo del soldado. De qué manera ya en plena batalla o tras ella es capaz de evitar sentimientos de culpa ante las muertes que provoca. Bourke ha reunido un extenso número de testimonios de veteranos de guerra que resume en cinco justificaciones fundamentales: Obediencia, reciprocidad, venganza, despersonalización y deportividad. Dependía de cada soldado y del escenario de guerra en el que se hubiera visto inmerso el añadir más o menos cantidad de cada uno de esos ingredientes en su autojustificación.

La idealización romántica del combate y las vivencias de alienación (testimonios que inciden en que todo lo que les rodeaba parecía irreal, como una película, o que se veían a sí mismos desde fuera) ayudaron a muchos soldados a ver su participación en la guerra como un paréntesis, algo ajeno, y regresar con normalidad a sus vidas pese al recurrente arquetipo del veterano como un ser permanentemente atormentado al estilo de nuestro héroe del Vietnam favorito, John Rambo. Porque como dice Bourke “incontables estudios han mostrado que cuando se encuentra en una situación extraordinaria la gente común actúa de modos que en circunstancias normales le son por completo ajenos”.

Para saber más:

Sed de sangre: historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX, Joanna Bourke

– La chaqueta metálica, Stanley Kubrick. No pongo enlace para verla online que me cierran el blog

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Una selección de las mejores TED Talks

enero 29, 2011

Si en la entrada anterior enlazaba tres charlas con cierta similitud temática que me resultaron especialmente interesantes, aquí va un popurrí de intervenciones de TED Talks sin más nexo en común que merecer la pena ser vistas. Unas son divertidas, otras didácticas y otras un poco de ambas.

Dan Barber es un chef neoyorquino y asesor de Obama en nutrición que habla con mucha gracia sobre cómo se enamoró de un pez en un restaurante andaluz y de la piscifactoría sostenible de Veta la Palma, en la desembocadura del Guadalquivir.

Este es otro proyecto medioambiental a mayor escala realizado en Borneo por el biólogo Willie Smits. De origen holandés pero nacionalizado indonesio, parece un coronel Kurtz en versión bondadosa que inicialmente quiso establecer una reserva de primates en plena selva y poco a poco fue ampliando su control sobre el ecosistema de la isla hasta incluir también a sus habitantes y sus medios de producción agrícola, en un gigantesco proyecto de ingeniería del ecosistema. Espectacular.

James Cameron hablando de su afición por la ciencia-ficción, el mundo submarino y de cómo pilotando el robot a control remoto por dentro del Titanic se le ocurrió la idea de Avatar.

Del filósofo Sam Harris, sobre la necesidad de una moral universal. Recurre a ejemplos fáciles, pero es más interesante por las preguntas que se hace que por las respuestas (muy vagas) que ofrece.

Esta es de Temple Grandin, la autista que ha escrito un libro sobre su vida del que se ha hecho una película recientemente. Habla de autismo, educación, ciencia y sistemas de conducción para el ganado en las granjas. Todo ello simultáneamente y saltando de un tema a otro sin preocuparse demasiado porque la audiencia pueda seguir el hilo de su pensamiento. Definitivamente algo autista sí que es. Pero merece la pena verla, aunque sea por el traje de cowboy que lleva puesto.

Una conferencia sobre de donde provienen las grandes ideas a cargo de Steven Johnson. No de un genio solitario en su montaña sino de las cafeterías, de la interacción social. Está muy bien la historia que cuenta sobre cómo surgió el GPS.

Esta es sobre astronomía, geometría, retratos de científicos en sellos del mundo… y más cosas. A cargo de un actor y monologuista que imita muy bien las voces de extraterrestres (y de hecho fue quien le puso voz a Roger Rabbit). Hilarante, cojonuda y demencial, para verla varias veces.

Ésta es a cargo de un poeta, que habla de similitudes entre personajes históricos que mencionaron la expresión «a las cuatro de la mañana» en algún discurso, canción o libro. Muy ocurrente y elaborado.

Intervención a cargo de un publicista con bastante gracia, cuenta historias muy curiosas de cómo Federico el Grande puso de moda las patatas entre sus súbditos y de cómo se promocionaron unos cereales en Canadá.

Una charla del ilustre escéptico y divulgador científico Michael Shermer. Explica como nuestras mentes están hechas para buscar continuamente patrones en la realidad, a los que son erróneos se les llama supersticiones.

Y esto es todo, amigos. Otro día más.

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Sobre la felicidad sintética, el estatus y la dificultad de elegir

diciembre 19, 2010

Las TED talks  (acrónimo de Technology, Entertaiment, Desing) son intervenciones de unos 10 minutos sobre dichos temas generalmente a cargo de alguien que haya destacado en su campo. Se celebran en California y dado que la entrada a las jornadas cuesta al parecer 6.000 dólares, el público no deja ningún chiste sin reir, ponen cara de pensar cuando toca y jamás se verá a nadie sesteado al fondo de la sala.

Aunque predomina el contenido académico y científico, procuran exponerlo siempre en tono didáctico y con mucho sentido del humor. De hecho también hay intervenciones directamente a cargo de humoristas, músicos y poetas, una mezcla de ciencias y letras muy curiosa. Así que iré enlazando cada cierto tiempo aquellas que me resulten más interesantes o divertidas. De momento ahí van tres charlas con un nexo en común. En la parte de abajo están el botón para añadir subtítulos en castellano.

Libertad e insatisfacción

La primera es de Dan Gilbert, profesor de psicología por la Universidad de Harvard. Habla sobre las expectativas acerca del porvenir y cómo tendemos a sobrevalorar el impacto tanto de la fortuna como de la desgracia en nuestras vidas. Señala que la «felicidad sintética» (la de la zorra cuando decide que las uvas que no podía alcanzar estaban verdes) en realidad es indistinguible de la felicidad «de verdad», la que se obtiene cuando efectivamente logramos lo que deseamos. Pero ambas se tambalean frente a la duda que sobreviene cuando aumentan las posibilidades de elegir. A más libertad mayor insatisfacción.

Barry Schwartz, otro profesor de psicología, incide también en el problema de la libertad de elección. Más concretamente la que tenemos como consumidores ante la oferta cada vez mayor que el mercado ofrece en los países desarrollados, lo que provoca dos efectos negativos: parálisis ante la dificultad de saber cuál será la mejor opción y -si finalmente logramos decantarnos por una-  frustración al dejarnos siempre con la comezón de «tenía que haber escogido el otro, no sé yo si este será el mejor…”.

Si no hay margen de elección ante algo desagradable que nos sobrevenga podemos culpar al mundo de ello, dice Schwartz. Pero si tenemos opciones entonces la culpa pasa a ser nuestra y de ahí a la depresión hay un paso.

En torno a esta última observación coge el testigo el escritor Alain de Botton. A diferencia de la época feudal la sociedad actual, se nos dice, es meritocrática, de forma que cada uno ocuparía en la escala social el puesto que corresponde a su talento y esfuerzo. Al escarnio de la pobreza, el sistema meritocrático añade ahora la vergüenza y la culpa por serlo. Pero, dice de Botton, alcanzar hoy día la fortuna y fama de Bill Gates es tan improbable como acceder en el siglo XVII a la jerarquía de la aristocracia francesa.

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La imposibilidad física de humanos miniaturizados e insectos gigantes

diciembre 15, 2010

Desde “El increíble hombre menguante” hasta “El ataque de la mujer de 50 pies”, de “Viaje alucinante” a “La humanidad en peligro” la ciencia ficción siempre ha jugado con las posibilidades de miniaturizar o agigantar a personas, insectos o cualquier objeto. Pero hay un pequeño problema… es físicamente imposible. Veamos por qué.

Flotando dentro de alguna parte del cuerpo

En la película “Viaje alucinante”, una nave pilotada por un equipo de médicos es miniaturizada para introducirse en el torrente sanguíneo de un científico ruso exiliado y desde dentro poder operar la lesión que sufre en el cerebro. Una vez inyectados en ese cuerpo deberán cumplir su misión luchando contra plaquetas, glóbulos blancos y toda clase de peligros microscópicos. El inconveniente añadido es que la miniaturización sólo dura una hora. Si en ese plazo no han logrado salir… el científico ruso quedará algo indispuesto. Un argumento similar se desarrolla en “El chip prodigioso”, aunque en tono más bien paródico.

Pues bien, en la novela que Asimov escribió a partir de la película (y no al revés) se planteaban las tres posibilidades que puede haber para lograr una miniaturización:

En primer lugar encoger los átomos. Éstos consisten en un núcleo de protones y neutrones en torno a los cuales giran los electrones en una órbita llamada “nube de probabilidad”. Dicha orbita no puede variar ya que está sujeta a la llamada Constante de Planck, una constante fundamental del universo que no puede cambiarse. En dicha novela se recurría a alterarla mediante un “campo local de distorsión”, un recurso puramente mágico propio de la sexta temporada de Lost.

La segunda opción estaría en reducir la distancia entre cada átomo. Pero las nubes de probabilidad de cada átomo se repelen unas a otras, por lo que en los materiales sólidos los átomos quedan distribuidos de tal forma que no puede reducirse mucho más las distancias que los separan. Y eso sin contar con la dificultad de aplicar esa presión y que la persona que la sufra no se nos quede hecha un amasijo de carne.

En tercer lugar nos quedaría la opción de extraer algunos átomos. Supongamos que se lograra extraer por un método ahora desconocido una parte de los átomos de forma homogénea (no simplemente cortándoles brazos y piernas) y que cada órgano pudiera conservar su funcionalidad. Pero esto plantea dos inconvenientes: parece complicado que la evolución -siempre tan ávara y ahorradora- no hubiera favorecido órganos más reducidos si realmente fueran posibles. El otro es que dado que tenemos la costumbre de ser tridimensionales (luego volveremos sobre ese asunto) para que una persona redujera su tamaño de 1,80 metros a, por ejemplo, 15 centímetros (un factor 12), debería conservar solamente un átomo de cada 1.728 (es decir, 12x12x12 de alto, ancho y largo). En cualquier órgano, como por ejemplo el cerebro, parece inviable extraer el 99,94% de él y esperar que siga conservando su funcionalidad.

Sordo, mudo y ciego

El increíble hombre menguante

Pero si por un milagro de la física se hubiera logrado miniaturizar a una persona, ésta se encontraría con la desagradable sorpresa de que en su nuevo tamaño se ha vuelto sorda, muda y ciega. Así que difícilmente podrá huir de los insectos, gatos o aspersores de jardín que le amenacen. Una cuerda vocal, al igual que una de guitarra, vibrará en un tono más agudo (rápido) o grave (lento) en función de su distancia. El rango de audición humano está entre los 20 y los 20.000 ciclos por segundo. De forma que al ir reduciendo de tamaño la voz del miniaturizado iría haciéndose cada vez más aguda hasta hacerse imperceptible.

De la misma manera él perdería la capacidad de escuchar a esos gigantes dado que su tímpano cada vez más pequeño no podría captar las ondas sonoras en su longitud. Algo similar ocurriría con las ondas luminosas. Las ondas que forman la luz visible tienen longitudes de onda entre 400 nanómetros (luz violeta) y 700 nanómetros (luz roja). Una pupila de alguien reducido al tamaño de un insecto sería apenas 30 veces mayor a esa longitud. Lo que supondría captar la luz de una forma muy borrosa. Si el sujeto fuera reducido a un tamaño microscópico como los tripulantes de “Viaje alucinante”… directamente quedaría ciego.

Los problemas de crecer desmesuradamente

Una gran mujer

Respecto a aquellas películas en las que se muestra el proceso contrario, magnificar a alguien, los problemas no son, ejem, más pequeños. Tenemos la imposibilidad ya comentada de no poder aumentar el tamaño de los átomos. Añadir otros tampoco parece una tarea sencilla. Separar la distancia entre ellos sí sería teóricamente posible, pero eso supondría disminuir la densidad de la persona, animal u objeto, haciéndolo más frágil hasta llegar a convertirlo en una inofensiva nube de gas.

No obstante, si mediante algún sistema fantástico se lograra sortear esta dificultad, entonces encararíamos otra igualmente grave: la ley del cubo-cuadrado. Dada nuestra condición tridimensional crecer a un tamaño diez veces superior implicaría ser diez veces más alto… pero también diez veces más ancho y otras diez más largo. Es decir, nuestro peso pasaría a ser 1.000 veces mayor.

La humanidad en peligro

Pero la superficie de las piernas o patas que nos sujeten sería diez veces más ancha y diez veces más larga, aumentando sólo por 100. De forma que en proporción una misma superficie de hueso debería suportar un peso diez veces mayor. A partir de cierto tamaño un organismo acabaría siendo aplastado por su propio peso.

En conclusión, aunque tristemente jamás llegaremos a poder ser miniaturizados, nos queda el consuelo de que tampoco llegaremos nunca a ser atacados por insectos gigantes.

Más información:

La física de los superhéroes, James Kakalios

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La evolución del cuerpo femenino: el rostro

noviembre 10, 2010

¿Qué es lo que hace guapa a una mujer guapa?, aunque las modas de cada época y lugar influyen en la percepción de la belleza, hay algunos rasgos que siempre son considerados atractivos. Veamos por qué.

Kaya Scodelario

¿Por qué esta chica es tan rematadamente guapa?

Al igual que ocurre con otras muchas especies, la evolución no ha provisto de rasgos idénticos a hombres y mujeres, lo que se conoce como dimorfismo sexual. La selección natural favoreció inicialmente ciertos rasgos en cada sexo que facilitaron su supervivencia y reproducción. Esos rasgos pasaron a considerarse típicamente masculinos o femeninos -por lo tanto atractivos para el sexo opuesto- y se generalizaron aún más. Es decir, a la selección natural se le añadió la selección sexual. Por si fuera poco a lo largo de la historia las modas a menudo han reforzado esos rasgos distintivos masculinos y femeninos con adornos, peinados y maquillaje para resaltar el atractivo de hombres y mujeres.

Los ojos

Empecemos por las cejas. Inicialmente algunos biólogos creyeron que al igual que las pestañas su función era proteger al ojo, en su caso canalizando el sudor de la frente. Pero cualquiera que haga algo de deporte sabe que no son muy eficaces en ese aspecto.

Así que una explicación más aceptada actualmente, al menos por el zoólogo Desmond Morris, es que ayudan a la comunicación con sus diferentes movimientos. Como el relampagueo de cejas de la chica de arriba, una forma de saludo al parecer universal o por lo menos muy extendida, ya que ha sido documentada también en tribus remotas de Nueva Guinea y el Amazonas. En el caso de las mujeres, las cejas tienden a ser más finas, arqueadas y separadas de los ojos que las de los hombres. El maquillaje generalmente busca enfatizar esta diferencia.

Respecto a los ojos, una característica humana no compartida con otras especies es la esclerótica, es decir, el blanco del ojo. Permite mostrar la dirección en la que se mira, por lo que habría sido favorecida por la evolución para facilitar la comunicación, al igual que las cejas. En las mujeres es algo mayor, quizá porque son más comunicativas.

En relación a la dirección en la que se mira, según muestran estudios como los de Knut Kampe, consideramos más atractivo un rostro si sus pupilas se dirigen a nosotros. Especialmente si están dilatadas, ya que indicarían que a esa persona le gusta lo que ve. De ahí que las antiguamente las cortesanas italianas se echaran belladona en los ojos antes de recibir una visita.  Y también que la imagen de arriba resulte tan hipnótica.

 

La nariz

Una mujer con la nariz grande corre el riesgo de parecerse a Barbra Streisand

La nariz tiene varias funciones: humedecer y calentar el aire que se respira, hacer de caja de resonancia de la voz y servir de protección a los ojos. Esta última explicaría por qué los hombres –tradicionalmente dedicados a la caza y a la guerra con el vecino- la tienen más grande y por tanto que una nariz pequeña se considere más femenina. Como es el caso de la protagonista del gif, qué bien le queda la suya ahí en medio de la cara.

Por otra parte, la existencia de la menopausia (cuya función evolutiva está explicada aquí) hace que los signos de juventud sean inmediatamente asociados a la fertilidad, y por tanto resulten atractivos. Las mujeres con un aspecto más aniñado serán consideradas más guapas y dado que la nariz pequeña es característica de los niños… pues eso nos lleva a que las rinoplastias a mujeres sean un negocio tan floreciente. Una nariz y mejillas pecosas también son rasgos infantiles, y muy apreciados por los hombres en las mujeres (¿Hace falta volver a mirar arriba?, ¡sí!).

Labios y dientes

 

Los labios gruesos y sonrosados son otra especificidad humana, los primates tiene una simple hendidura en la boca. Parece ser que favorecen la lactancia. Las mujeres suelen tenerlos más gruesos y el maquillaje, una vez más, procura resaltar ese hecho distintivo. Respecto a los dientes, aunque hoy día está claro que una mujer con una dentadura completa y blanca resulta más atractiva, no parece ser una preferencia innata y está sujeta a variaciones culturales. Así por ejemplo, en Inglaterra a mediados del siglo XVI una dentadura ennegrecida por la caries era señal de que se comía mucho azúcar, un alimento caro propio de la clase alta, y por tanto se consideraba deseable y digno de imitar por las clases inferiores.

Simetría y tez lisa

Mezcla de 64 rostros, guapa aunque algo inexpresiva

A mediados del siglo XIX el científico Francis Galton quería descubrir qué rasgos faciales eran característicos en los criminales, así que proyectó los retratos de varios de ellos sobre una placa fotográfica y… comprobó sorprendido que el rostro resultante resultaba más atractivo que el de cada uno de ellos. Muchos años después investigadores como Judith Langois, de la Universidad de Texas, o Martín Gründl, de la Universidad de Regensburg, gracias al programa de retoque fotográfico Morphing han obtenido un resultado similar: cuantos más rostros se superponen, más atractivo es el resultado. La conclusión es que los feos lo son cada uno a su deforme manera pero los guapos se parecen todos entre sí.

Esto se debe a que las imperfecciones particulares de cada rostro quedan superpuestas, lo que produce una piel más lisa (y por tanto más sana y deseable) y unos rasgos faciales más sujetos al promedio y más simétricos. La simetría corporal es un rasgo deseable en una pareja no sólo entre los humanos, sino en buena parte del reino animal, porque es un signo de un crecimiento equilibrado y sano del organismo, no afectado por enfermedades, desnutrición o depredadores. Y ahora, admírese una vez más la perfecta simetría en los rasgos de la chica con la que se iniciaba esta entrada.

Para saber más:

La mujer desnuda, Desmond Morris

La ciencia de la belleza, Ulrich Renz

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El origen de las razas humanas

octubre 1, 2010

¿A qué  se deben las diferencias raciales que pueden apreciarse en personas de diferentes partes del mundo?, ¿Son una adaptación evolutiva a sus respectivos hábitats? A menudo se ha creído que sí, pero la respuesta no está tan clara.

Pintura de castas

Mucho se ha escrito acerca de las razas humanas, elaborando en cada época clasificaciones más o menos exhaustivas sobre cuales son las que conforman la humanidad. Desde las imaginativas descripciones de Herodoto sobre pueblos extranjeros y los bestiarios medievales que clasificaban diversas criaturas monstruosas pero humanas, pasando por las conocidas como “pinturas de castas”, un género artístico que proliferó en las colonias españolas durante el siglo XVIII, que  retrataba diversos grados de mestizaje desde el galfarro (hijo de negro y mulata), pasando por Tente en el aire (hijo de calpamulto con cambuja) hasta el No te entiendo (hijo de mulato con Tente en el  aire). En el Museo de América de Madrid se conservan algunos de estos cuadros.

Pero tras multitud de clasificaciones taxonómicas a lo largo de los siglos, seguidas de sus correspondientes colonizaciones, pogromos y genocidios, hoy día es cuestionado en el ámbito académico hasta el propio concepto de raza aplicado a diferentes grupos humanos. Así que para no perdernos en cuestiones semánticas ni herir susceptibilidades nos referiremos a raza como término coloquial o, si se prefiere, concretamente a las características fisionómicas más visibles y fácilmente identificables de diversas poblaciones humanas.

El antropólogo Jared Diamond en «El tercer chimpancé» distingue entre rasgos físicos que difieren de una población a otra que sí son claramente producto de la selección natural de otros cuyo origen es más cuestionable. El tamaño compacto de los esquimales y la esbeltez de los sudaneses del Sur son maneras eficaces de conservar y disipar el calor, respectivamente, por lo que parecen claramente adaptados a su entorno natural. Los ojos rasgados de los habitantes del norte de Asía habrían sido en el pasado una manera eficiente tanto de proteger los ojos del frío como de evitar ser deslumbrados por el reflejo del sol en la nieve. Pero el más evidente de todos los rasgos por el que podemos distinguir a una persona es, en cambio, más difícil de explicar.

El color de la piel

En primer lugar la piel es visible porque –y perdón por la obviedad- no estamos cubiertos de pelo, somos “monos desnudos” como decía Desmond Morris. Así que empecemos por el principio. Hace unos seis millones de años nuestros antepasados bajaron de los árboles y se volvieron carroñeros, aprovechando las migraciones de manadas de grandes mamíferos. La solución evolutiva para poder correr y caminar largas distancias en la sabana africana sin recalentarse en exceso fue sudar. Pero para que la evaporación del sudor absorbiese el calor corporal era preciso que el liquido estuviese en contacto directamente con la piel y no con pelo.

Familia Bantú al completo

Como consecuencia de esto a menudo se ha creído que al dejar la piel expuesta en zonas muy soleadas se sufriría el riesgo de sufrir quemaduras y cáncer de piel,  de forma que entre los habitantes de zonas tropicales se habría vuelto más oscura por medio de la selección natural. Pero Diamond cuestiona esta idea porque al parecer el cáncer de piel tendría poca incidencia en la población, al menos en comparación con otras amenazas que sufrieron nuestros antepasados.

La teoría alternativa más consistente para explicar las diferencias de pigmentación es que los rayos ultravioleta favorecen la formación de vitamina D bajo la piel, así que un color oscuro prevendría las enfermedades renales provocadas por el exceso de vitamina D, mientras que en las zonas frías una piel clara favorecería la suficiente producción de dicha vitamina como para prevenir el raquitismo.

Pero hay otras muchas teorías al respecto, como que una piel oscura protegería los órganos internos de los rayos infrarrojos, que serviría de camuflaje en la selva, que permitiría conservar mejor el calor al bajar la temperatura por la noche y que protegería del envenenamiento por berilio en los trópicos. Por su parte una piel pálida según otros autores supuestamente sería menos vulnerable a la congelación.

La objeción que pone Diamond a todas ellas es que la población no está repartida por el planeta como sería de esperar según esta correlación entre el clima soleado y la oscuridad de la piel. Aún teniendo en cuenta migraciones más o menos recientes en la historia. Poblaciones que han permanecido en el mismo lugar durante decenas de miles de años -como los antiguos nativos de Tasmania- no tendrían la pigmentación que se supone más adecuada para ese clima. Además, si se tiene en cuenta la nubosidad, la cantidad de horas de luz sería similar entre el África occidental ecuatorial, la China meridional y la península escandinava.

Selección natural y selección sexual

Viuda de cola larga

Darwin distinguió entre dos fuerzas que condicionan la evolución de una especie. Una es la selección natural, es decir, la presión que ejerce el entorno sobre cada animal, de forma que solo lograr sobrevivir los mejor adaptados. Y la otra es la selección sexual, que depende de la capacidad de cada animal para atraer una pareja con la que aparearse. Por ejemplo ciertos pájaros lograrían tener más descendencia gracias al atractivo que ejerce sobre las hembras su cola larga, aunque ésta no suponga por sí misma ninguna ventaja para sobrevivir.

Respecto a las diferencias raciales entre seres humanos, Darwin creía que no tenían valor adaptativo. Es decir, que no eran fruto de la selección natural, sino de la selección sexual. En una tribu en la que por azar hubiera cierto número de individuos con tal o cual rasgo (piel oscura, pelo rizado, ojos azules o lo que fuera), este sería considerado como la norma de belleza, se pondría de moda en ese grupo por decirlo así. Esos afortunados pasarían a ser considerados más atractivos y por tanto tendrían más descendencia que heredase sus rasgos, lo cual a su vez haría aún más “normal” ese rasgo, etc.

Jared Diamond por su parte en el libro mencionado anteriormente y que ya no hace falta que os leáis, comparte parcialmente esta opinión del barbudo inglés. De forma que características como el color de la piel, el pelo y los ojos, serían fruto en gran parte (aunque admite que el debate está lejos que estar zanjado) de la selección sexual.